miércoles, 30 de julio de 2008

Novatadas, ¿tradición o crueldad?.

Aquella noche me asusté, los dos soldados que tenía delante estaban aún mucho más asustados que yo, digamos que acojonados. Yo medio dormido, pero el sonido de un cric-crac en el silencio de la madrugada me hizo despertar y entender la situación.

Llegamos un día de hace muchos años al cuartel de destino después de unos meses de campamento, era el cuartel donde pasaríamos el resto del servicio militar.

Ya en el campamento empezaron las novatadas, las crueldades de masa para risa de unos pocos y desesperación de muchos otros. Aquí fue leve ya que al ser tantos, la probabilidad de que la emprendieran contigo era relativamente baja.

Aquí tan solo me recortaron el bigote, en la oscuridad, tan malamente que en unos días estaba todo emparejado.

No recuerdo si nos recogieron en el puerto o en aeropuerto, lo que si recuerdo es que nos cargaron a todos los reclutas en un camión militar y no conducían al cuartel. En el trayecto había un badén tipo Pinos de Alhaurin, los reclutas no sabíamos nada, los veteranos aceleraron el camión y a la salida del badén no había ni un recluta sentado, todos esturreados por el piso y con cara de asustados y perdidos.

La llegada al cuartel fue como cuando hace años llegaba un circo al pueblo. Todo observación, prepotencia, comentarios que no entiendes y promesas de actividades en un “futuro inmediato”

El reemplazo mío tenía una curiosa particularidad: La mayoría estábamos relacionados con el estudio, éramos los que habíamos pedido prorroga a la incorporación por razón de estudios.

Las novatadas que sufríamos eran preferentemente por la noche. Los veteranos aprovechaban de nuestro desconcierto para hacer novatadas humillantes con la complicidad de otros niveles que entendían que era una tradición.

Cosas que vi:

Metían al recluta en un pequeño armario (taquilla) lo encerraban y cada vez que le echaban una moneda por la rendija tenía que cantar, como si fuese una máquina de esas automáticas.

Un recluta encima de una taquilla haciendo de gato, otro agachado delante haciendo de perro. Uno ladraba y el otro maullaba. Con veinte años.

Muchas noches aparecía un alférez y a las tres de la mañana nos levantaba a todos y nos hacía desfilar por el pasillo de las formas más grotescas, no es descriptible. Después descubrí que no era tal alférez, los galones se los regaló uno de complemento que se había licenciado, pero ¿quién iba a suponer que era una suplantación?.

Había dos veteranos de Jaén, ambos eran los peluqueros. La habían tomado, entre otros, conmigo. Aparecían a media noche, te levantaban y te pedían que estando firme les “dieras novedades”. Había que contarles cualquier rollo, que ni escuchaban, a veces se iban y se les olvidaba que aún estabas firme y si decidías acostarte parece que te veían: “¿Te hemos mandado descanso?”. Otra vez a empezar.

Una noche sí lloré. Lloré de impotencia, con desgarro, me mantenía firme físicamente, pero moralmente me estaba viniendo abajo. No podía comprender a qué venía todo aquello. Venía de un internado, con sus detallitos, pero esa crueldad no la entendía, y desgraciado al que vieran excesivamente débil porque él iba a ser el objetivo de todas las putadas.

Pronto terminaría todo aquello, al menos para mi. Una noche me tocó “retén”, es como dice la palabra, un retén de una veintena de soldados que deben estar preparados para cualquier evento imprevisto. Te podían llamar en cualquier momento. Eran veinticuatro horas en que debías estar localizable, disponible y armado. A mí, por estar en comunicaciones, mi arma era un subfusil, lo que vulgarmente se llama una metralleta.

Llega la noche. Ante la incertidumbre del régimen militar decido acostarme vestido, incluso con las botas y el subfusil. Hicieron un simulacro a las tres de la mañana, llegué de los primeros porque estaba realmente listo. A las cuatro nos dejar ir a dormir. A las cinco de la madrugada, recién cogidito el sueño aparecen los dos peluqueros: “Rata, firme y danos novedades”.

Soñoliento les miré y me di la vuelta. Le dieron una patada a la cama. Lentamente eché la ropa de la cama hacia atrás. No esperaban que estuviese vestido, que me levantara pausadamente, no esperaban que con el subfusil en la cintura, con el ánimo por los suelos, con el cansancio acumulado, accioné una palanquita pequeña que ellos sabían lo que significaba, y en el silencio de la noche se oyó un metálico cric-crac. Aún en la oscuridad creo que palidecieron, había una bala en la recámara y otras diecinueve en el cargador. “Conmigo la noche ya ha terminado, por hoy y por siempre, jamás os acerquéis a mi cama”.

Aquella noche fue la segunda vez que lloré. Estaba desesperado y aún me quedaba mucha mili por delante.

Han pasado muchos años y siempre tendré la duda: ¿Qué hubiese pasado aquella noche si ellos me llegan a presionar aún más?. Las armas las carga el diablo (y las dispara un ignorante), en un momento de tensión con apretar el dedo….., no quiero ni pensarlo.

A partir de aquella noche no hubo más novatadas para mí.

Yo pensaba, ¿esto es la mili?. ¿Un año entero soportando esto?. No salía de mi asombro.

Cuando llegaron “nuestros” reclutas, a los que tradicionalmente debíamos de putear, tuve el empeño y el apoyo de unos cuantos más universitarios y no hubo novatadas generalizadas, algún caso aislado, novatadas colaterales. Acordamos demostrar a los siguientes reemplazos que se puede pasar bien con los reclutas, incluso manifestándoles que “la antigüedad es un grado” y que el hecho de aparecer ellos era el mejor síntoma de que nuestra salida se acercaba. Aquél reemplazo nuestro fue el “mas aburrido” en cuanto al trato al recluta.

Las novatadas, en la mili, pudiera ser un tema de cultura o de frustración, pero, ¿y en la universidad?. No lo entendí, ni lo entiendo.

Manuel Porcel

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